martes, 31 de marzo de 2015

Una sola estrella.


Cúpula del mausoleo de Gala Placidia, Rávena, Italia. (Siglo IV)

“Un sol es una cosa espléndida: seis soles sólo sería una vulgaridad. Una torre de Giotto es una cosa sublime: una fila de torres de Giotto sólo serían como una fila de postres pintados de blanco. La poesía del arte está en contemplar una sola torre; la poesía de la naturaleza en ver un solo árbol; la poesía de amor, en seguir una sola mujer; la poesía de la religión en adorar una sola estrella.”
G.K. Chesterton

sábado, 28 de marzo de 2015

El verdadero valiente


¿Cuántas veces hemos escuchado por televisión o radio el elogio a tal o cual personaje, generalmente dirigido a la juventud, por romper “las reglas”? ¿Cuántas veces hemos escuchado un elogio a la “valentía” de quiénes se enarbolan con las banderas de la transgresión?
Generalmente esta “transgresión” a “las reglas” o a las “leyes”, según la cultura predominante que se emite por los medios, es un velado aplauso a lo que pudiera haber de vestigio u orden cristiano en aquellas leyes quebrantadas por aplaudible personaje. Es el aplauso a la mentalidad progresista que busca aplastar el pasado cristiano de la sociedad.
Encontré una clara respuesta a esa cultura a través de las palabras del gran Chesterton:

“En realidad, atacar cosas caducas y anticuadas no supone ningún coraje, no supone más que el que se necesita para agredir a la propia abuela. El hombre realmente valiente es aquel que desafía tiranías jóvenes como el alba, supersticiones frescas como las primicias en flor (…) Aquel a quien le importa tan poco lo que será como lo que ha sido; a quien solo le importa lo que debería ser.”

Porque, como dicen en otra parte nuestro querido autor:

“A cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales”.

El verdadero valiente, es aquél que tiene el coraje de ser inactual.

jueves, 19 de marzo de 2015

Poesía: Vida retirada


Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos, libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos

Las grandes almas que la muerte ausenta;
de injuria de los años vengadora,
libra, ¡oh gran Joseph!, docta la imprenta

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.

Francisco de Quevedo

miércoles, 18 de marzo de 2015

El tirano y el mártir


Además de “reformador”, el mártir según Søren Kierkegaard, ejerce una gran influencia:

“Por supuesto que entre un mártir y un tirano existe una enorme diferencia, bien que ambos tienen una cosa en común: el poder de ejercer influencia. El tirano, él mismo con su ambición de dominar, maneja a la gente con su poder; el mártir, siendo él mismo incondicionalmente obediente a Dios, ejerce su influencia sobre los demás a través de su sufrimiento. El tirano se muere y su gobierno se acaba; el mártir muere y su gobierno empieza. El tirano había sido el individuo egoísta que había convertido a los otros en “masas” y gobernaba las masas; el mártir es el individuo sufrido que educa a los demás mediante su amor cristiano por la gente, convirtiendo a las masa en individuos –y hay más alegría en el cielo por cada uno de los individuos que salva así, sacándolo de la masa.”

lunes, 16 de marzo de 2015

El despertar de la señorita Prim


Hace un tiempo que leí la novela “El despertar de la señorita Prim” de la escritora y periodista española Natalia Sanmartin Fellonera. A pesar del éxito que ha tenido en España que la editorial Planeta se encuentra en nuestro país, parece que no es una novela para el perfil comercial del lector argentino. Hasta el momento, no hay una edición nacional y conseguir la española se hace costoso y difícil. Por eso, busqué una versión digital. Encontré una en un sitio de descargas gratuitas. Y me compré un e-reader: dispositivo de lectura digital de tinta electrónica, lo cual recomiendo por su practicidad a la hora de leer archivos digitales extensos. Por su tipo de pantalla que no cansa a la vista y su alta duración de batería. El formato es epub pero, para los que tienen un dispositivo Kindle como yo, que usa el formato mobi, se lo puede convertir con el software gratuito Calibre (que se puede descargar de aquí) y cargarlo fácilmente.



Esta interesante novela propone la existencia de una sociedad tradicional que se escapa del mundo moderno, encontrando su fundamento espiritual en torno a una abadía benedictina en la que se celebra solamente el rito romano tradicional, encontrando su organización social y económica bajo una estructura adaptada a esta época, inspirada en el distributismo de Chesterton y Belloc. Vale la pena leerla. Por eso comparto con Uds. esta interesante reseña del blog Wanderer (del 21-Ene-2014):


La señorita Prim

Había escuchado algunos comentarios al pasar acerca de un libro que había aparecido en España había aparecido, que estaba teniendo bastante éxito, y que daba la impresión de que la autora leía  este blog del Wanderer. Yo no le hice mucho caso y me olvidé enseguida del tema.
Sin embargo, hace algunas semanas, llegó un comentario a uno de los post en el que se citaba una frase de la “Señorita Prim”. Enseguida me di cuenta de que se trataba de la novela que me habían comentado y, picado por la curiosidad, inicié la búsqueda hasta que di con ella. Se trata de la primera obra de Natalia Sanmartín Fenollera, una gallega de Pontevedra, y el título de la novela es “El despertar de la señorita Prim”. La primera definición que podría dar es que se trata del Wanderer hecho novela, pues aparecen allí tratados, en formato literario y recorriendo una historia entretenida, una buena parte de las entradas que hemos publicado en esta bitácora desde 2007. Aclaro que no me estoy atribuyendo ningún tipo de autoría ya que una segunda definición de la novela sería la exposición novelada del sentido común cristiano, que lo que en este blog tratamos de discutir.
El libro narra la historia de una mujer, culta y moderna, que responde un aviso de empleo. Se trata de desempeñarse como bibliotecaria en una casa de un pequeño pueblo, San Ireneo de Arnois, en la que viven “el hombre del sillón”, cuatro niños y el personal de servicio. Pronto descubrirá la señorita Prim que se trata de un pueblo muy particular –allí viven los exiliados del mundo moderno-, y con habitantes muy especiales. Por ejemplo, los niños no van a la escuela, sino que se educan en sus casas porque “…antes los colegios eran un lugar donde los niños aprendían cosas. Hoy en día son fábricas de indisciplinada, criaderos de monstruos ignorantes y meleducados.” Y entonces, “si contrataran a una maestra repleta de teorías sobre pedagogía, sociología, psicología infantil y todas esas ciencias modernistas, tendrían el zorro dentro del gallinero”. En las escuelas modernas, lo que los niños reciben es “sofismo, pestilente y podrido sofismo. Los sofistas han tomado las escuelas y trabajan por su causa”, considerar los vecinos del lugar.
En el pueblo, que rodea a un monasterio benedictino donde se celebra la liturgia romana antigua,  viven conversos del mundo moderno a la fe. Pero no ha sido conversión fácil. Explica “el hombre del sillón”: “Ha sido mi piedra de toque, el paralelo que ha partido en dos mi vida y que le ha dado un sentido absoluto. Pero le engañaría si le dijese que ha sido fácil. No resulta fácil, y quien le diga lo contrario se engaña. Supuso un desgarro, una catarsis intelectual, una a cirugía corazón abierto. Como un árbol cuando lo arrancan de la tierra y lo plantan en otro lugar, como lo que uno piensa que debe experimentar una criatura cuando afronta la terrible belleza del nacimiento”.
Es un pueblo tradicionalista pues sus habitantes están convencidos de que “las tradiciones son un muro de contención frente a la degradación y a la incultura”, y poseen “esa virtud de recordar siempre y en todo momento quién es uno y de dónde viene más que de ocuparse, como hacen los modernos, de adivinar hacia dónde va”.  
Junto a la sorprendida señorita Prim, es también protagonista de la novela el dueño de casa, “el hombre del sillón”, que pertenece al grupo de personas “cuyo objetivo es huir, literalmente, del dragón. Quieren proteger a sus hijos del influjo del mundo, volver a la pureza de costumbres, recuperar el esplendor de la vieja cultura”. Y es por eso que los niños del pueblo leen a los clásicos en latín y griego, y saben que “los iconos no son pinturas sino que son ventanas” y que “la Redención es un cuento de hadas verdadero”. Y una de las vecinas de San Ireno considera que “todos esos niños (modernos) han crecido ignorando los grandes ideales, aquellos que forjaron a las viejas generaciones a través de los siglos y las hicieron fuertes. Se les ha enseñado a mirarlos con desdén o a sustituirlo por algo empalagoso y sentimental que muy pronto les indigesta y desilusiona. Y con ello matan lo más valioso (yo diría lo único verdaderamente valioso) que posee la juventud respecto a la madurez”.
La redención de la señorita Prim vendrá por su búsqueda y su encuentro con la belleza. Como le aconsejan algunos de sus amigos del pueblo, ella no encontrará la belleza “mientras cuide de sí misma como si todo girara en torno a usted. Es exactamente al revés, justamente al revés. No debe usted ser cuidada, debe ser herida. Lo que trato de explicarle, niña, es que mientras no permita que esa belleza que busca la hiera, mientras no permita que la quiebre y la derribe, no conseguirá usted encontrarla”. Y en la misma línea se sitúa el único sacerdote que aparece en la historia, hacia el final, en la novela. Se trata de un monje nonagenario que dice que “todo sacerdote debe ser un caballero”, y le aconseja a la protagonista: “Busque entonces las belleza, señorita Prim. Búsquela en el silencio, búsquela en la calma, búsquela en medio de la noche y búsquela también en la aurora. … y no se sorprenda si descubre que ella no vive en los museos ni se esconde en los palacios. No se sorprenda si descubre finalmente que la belleza no es un qué, sino un quién”.
Claro, algunos podrían considerar que se trata de una novela pesimista, tal como consideran al Wanderer. Pero la autora destaca que “en absoluto es pesimista. ¿Pero qué ha de hacer un centinela sino dar aviso de lo que observa? No hay centinelas pesimistas u optimistas. Hay centinelas despiertos y centinelas dormidos”. Y frente a los que la achacan de pesimista, una anciana del pueblo responde: “lo suyo no son más que juicios bienintencionados; y las personas de juicios optimistas, no solo no ayudan a mejorar las cosas, sino que contribuyen a empeorarlas. Transmiten la falsa percepción de que todo va bien, cuando el mundo va rematadamente mal”.

Los párrafos transcritos son una muestra de lo que se encuentra en la novela. Se trata de un libro que se centra en la fe, aunque nunca se hable de Dios, y de un libro cristiano, aunque nunca se mencione a Cristo. Pero no lo es al modo en que lo son las obras de Tolkien o algunas de las novelas de Evelyn Waugh, donde el tema de la fe o del cristianismo aparecen de un modo mítico o con sutilezas que no siempre, y no todos, pueden apreciar. En este caso, las cosas se dicen claramente, sin sutilezas. Y es por eso que a algunos les podría parecer un libro demasiado ingenuo o demasiado simple. Y ciertamente lo es. Pero es aquí donde aparece algo asombroso. Todos los comentarios que he leído sobre “El despertar de la señorita Prim” aparecidos en diarios, revistas y blogs españoles, todos ellos celebran a la novela por su capacidad de mostrar “el encanto de las cosas y de la gente sencilla”, y es a esta virtud a la que le adjudican el éxito que ha tenido. Esto deja ver la consternante imbecilidad del hombre moderno que es incapaz de darse cuenta de lo que está leyendo. En efecto, se trata de una novela profundamente contrarevolucionaria y políticamente incorrecta, y sin embargo, la celebran. O no se dan cuenta de lo que leen, o el alejamiento que tienen ya del sentido común y de la fe los hace totalmente inmunes a comprender lo más básico de lo que forjó la cultura occidental, y esto dicho en el lenguaje más llano.
El libro de Sanmartín Fenollera fue editado en 2013 por Planeta y ha tenido un gran éxito en España. Ha sido ya traducido a varias lenguas y han comprado sus derechos editoriales como Mondadori en Italia y Little Brown en Inglaterra. Si Argentina fuera un país normal, no habría más que ir a la librería de la esquina para comprarlo. Pero no es así. Es imposible comprarlo en nuestro país. No existe en las librerías. Por lo que hay dos opciones para conseguirlo: o bien comprarlo en Amazon.es en formato papel pagando el envío y el 35% de recargo, y esperando que la buena suerte impida que el paquete quede retenido en la aduana, o bien comprarlo en formato electrónico para leerlo en la Tablet, que es el medio que yo elegí. Pueden hacerlo en Librerías Santa Fe (www.lsf.com.ar) por $107, pero hay que tener en cuenta lo siguiente: el libro está en formato ePub, que puede ser leído en la mayoría de las tablets, excepto en Kindle (lo siento por el Procrastinator) y, si tienen Ipad, deberán bajar alguna aplicación como BeyondPrint, que es gratuita y funciona muy bien.
Prosit!

Aclaro por las dudas: en modo alguno estoy diciendo que la autora se halla "inspirado" en el Wanderer. Y eso por dos motivos. En primer lugar, porque a la legua se nota de que se trata de una persona muy culta y con un importantísimo fondo de cultura y sentido común cristiano, y eso no se consigue leyendo un blog. Y, en segundo lugar, porque lo que escribimos y comentados aquí no es más que lo que cualquier cristiano leía y comentaba cuando Occidente era cristiano. 
Una vez más, el Wanderer es un encuentro de amigos que ofrece la oportunidad de discutir y aprender sobre algunas temas, pero no tiene en absoluto pretensiones de originalidad o de ser el último centinela de la Cristiandad.

domingo, 15 de marzo de 2015

¿Somos “un accidente, un producto fortuito del azar”?


Ente las grandes preguntas que se hace el hombre, está aquella del origen del Universo. ¿Cuántas veces hemos escuchado la respuesta fácil de que el Universo -y todo lo que existe en él- es el producto de un accidente fortuito? Junto con la afirmación de que es un hecho que descendemos del mono, es una afirmación constante que suelo escuchar muy a menudo.

Una de las cosas por las que se caracterizan los que sostienen esta cosmovisión atea y materialista del Universo, es la incoherencia y la falta de lógica en su pensamiento. Veamos. Por un lado, se aferran con una fe ciega a los científicamente comprobable, empírico, racional, pero por el otro, hacen un acto de fe ciego en creer lo que no pueden comprobar con la ciencia, mediante el mismo método científico empírico racional (la evolución de los seres vivientes es un caso también). Estos, que ven al dios azar” como “creador” del Universo, caen, por sus propios argumentos, en un acto de fe: yo creo (sin prueba alguna) que el Universo salió de la nada por mero azar.

A continuación, copio un fragmento del gran apologista inglés C.S. Lewistomado de su libro “Lo eterno sin disimulo”, que refuta el argumento del azar, demostrando lo ilógico del pensamiento ateo materialista:

Pregunta 6: El materialismo y algunos astrónomos indican que el sistema solar y la vida tal como la conocemos se originó por una colisión astral fortuita ¿Cuál es la opinión del cristianismo sobre esta teoría?

Lewis: Si el sistema solar se hubiera originado por una colisión fortuita, la aparición de la vida orgánica en este planeta sería un accidente. De ser así, nuestros actuales pensamientos son meros accidentes, el subproducto fortuito del movimiento de los átomos. Y esto vale igual para los pensamientos (los de los materialistas y los astrónomos) son subproductos accidentales, ¿por qué tendríamos que creer que son verdaderos?
No veo ninguna razón para creer que un accidente podría darme una estimación correcta de los demás accidentes. Es como suponer que la figura accidental que forma al derramar un jarro de leche nos proporciona un juicio correcto acerca de cómo se hizo el zumo y por qué se derramó.

C. S. Lewis, “Lo eterno sin disimulo” pág. 46, Ed. Rialp S.A., España, 1999.


Lo cual, más o menos, vendría a significar:
Ateísmo 
La creencia de que no existía nada y de que a la nada no le pasaba nada, hasta que nada mágicamente estalló sin ninguna razón creando todo, y luego un montón de todo mágicamente se organizó sin ninguna razón en pedacitos autoreplicables que después se convirtieron en dinosaurios. 
¡Tiene sentido total!

martes, 10 de marzo de 2015

El verdadero reformador


“El reformador auténtico no es el que cambia las instituciones y trae nuevas constituciones; es aquel que despierta las conciencias, es aquel que despierta las conciencias, es aquel que da sentimiento de Lo Serio, que pone de nuevo en honor al Ideal, el Yo debo y Tú debes, las exigencias morales y religiosas y se pone y se expone por el mismo hecho al martirio. Lo que este tiempo necesita no es un genio –los ha habido de sobra- sino un mártir; un hombre que para enseñar a obedecer obedezca él mismo hasta la muerte, un hombre al cual ellos diesen la muerte a causa de su Causa; porque tendrían miedo de ellos mismos, el día que lo aniquilaran y triunfaran sobre él.”

Søren Kierkegaard

lunes, 9 de marzo de 2015

La eternidad de la rosa


Lo cierto era, por ejemplo, que al cerrar sus ojos (y Adán lo hizo nuevamente) la rosa no se anonadaba en modo alguno: por el contrario, la flor seguía viviendo en su mente que ahora la pensaba, y vivía una existencia durable, libre de la corrupción que se insinuaba ya en la rosa de afuera; porque la flor pensada no era tal o cual rosa, sino todas las rosas que habían sido, eran y podían ser en este mundo: la flor ceñida a su número abstracto, la rosa emancipada del otoño y la muerte; de modo tal que si él, Adán Buenosayres, fuera eterno, también la flor lo sería en su mente, aunque todas las rosas exteriores acabasen de pronto y no volvieran a florecer. “¡Rosa bienaventurada!”, se dijo Adán. ¡Vivir en otro eternamente, como la rosa, y por la eternidad del Otro!

Leopoldo Marechal, “Adán Buenosayres”, Editorial Sudamericana, 1999, Buenos Aires, págs. 18-19.